martes, 8 de junio de 2010

Moreno y la insubordinación del fuego

En vistas a la discusión abierta entre Feinmann y Galasso, sobre el carácter revolucionario de la llamada “Revolución de Mayo”, y principalmente enfocada en la figura de Moreno y la pertinencia o no de caracterizarlo como un revolucionario (Feinmann no lo cree pertinente), me veo obligado a salir en defensa de la figura del prócer, a defender su honor de revolucionario, en un tiempo en el que festejamos los 200 años del país por el que muchos lucharon en el pasado. Lucharon y, hasta en algunos casos, dieron la vida, como Mariano Moreno, cuya muerte data del 4 de marzo de 1811, es decir más o menos cinco años antes de la definitiva independencia que llegaría recién en 1816.
En torno a su muerte se dicen muchas cosas, aunque mucho se sospecha que quien lo mandó matar fue Cornelio Saavedra, su principal adversario político. Es una situación muy curiosa la de la muerte de Moreno, dado que si se lee una de esas biografías de divulgación que hay en internet la información que se encuentra señala que Saavedra solo pronunció unas palabras recordatorias al enterarse de la noticia de la muerte de Moreno en un barco en alta mar. Palabras no poco sugestivas para alimentar nuestras insinuaciones: “era menester tanta agua para apagar tanto fuego”.
Sin embargo otras fuentes, un poco más críticas y con mayor vocación de sospecha, cuentan que llegaron hasta nuestros días testimonios de que Mariano Moreno, poco antes de su muerte, habría renunciado al cargo de Secretario de la Junta de Mayo por miedo a que lo matasen. Y peor aún, si se leen sus textos, es apasionante advertir la clarividencia del prócer del destino que le esperaba al mencionar los casos de figuras emblemáticas de la historia, como un tal Pochión de la época de Alejandro Magno o el viejo y conocido Sócrates, a las que los pueblos sentencian de muerte para luego levantar estatuas y cantar himnos en su nombre. Moreno estaba obsesionado con este tipo de figuras, o porque simplemente presentía su propia muerte o porque sabía que sería asesinado y quería dejar prueba y testimonio para cuando se contara la historia de lo sucedido.
Si el asesino fue Saavedra, como se sospecha, fue un asesino muy inteligente dado que ideó una muerte que no solo venciera las sospechas de sus contemporáneos, sino también a la memoria colectiva de todo un pueblo pasadas las décadas, y hasta los siglos, ordenando a la tripulación del barco en que Moreno viajaba, en “misión especial” rumbo a Inglaterra, que luego de matarlo despachara su cuerpo al mar. No se conoce fehacientemente cómo murió Moreno, aunque al parecer el parte de la tripulación del barco lo registró como un problema cardíaco.
¿Por qué me detengo tanto en la muerte de Moreno si lo que se discute son sus ideas y la pertinencia o no de reivindicarlo como un revolucionario? Pues precisamente porque en su muerte es donde me parece ver la clave más profunda del secreto de toda una época de nuestra historia. La onda expansiva de tan atroz asesinato, porque todo parece indicarlo, llega hasta nuestros días expresándose en esas maquiavélicas biografías de divulgación a las que rápidamente accede un alumno de escuela al que se le pide que investigue sobre la vida de Moreno, que en su categórica afirmación del carácter natural de su muerte, sin siquiera ponerlo en duda, parecen estar conspirando contra el curso emancipatorio de la historia, manteniendo vedado un secreto que no puede salir a la luz por las peligrosas consecuencias que siempre tiene que el pueblo sepa lo que realmente sucede. No es menor el dato de que Mitre conservara durante mucho tiempo las obras de Moreno ocultas al resto de sus compatriotas, probablemente en una biblioteca privada similar a la de aquél presbítero ciego que supo ilustrar Umberto Eco en El nombre de la rosa. Gesto muy contrario, por otra parte, al del propio Moreno, que entre los grandes legados que dejó a los argentinos está el de haber creado la Biblioteca Nacional, la misma en que hoy los compañeros de Carta Abierta nos juntamos periódicamente en modalidad asamblearia tratando de aportar a una discusión capaz de sentar las bases para la refundación de una argentina para todos y no para unos pocos.
Moreno dejó grandes legados en ese breve lapso que dedicó a aportar al proceso de transformación política, económica y social que vivía la región por aquellos años. No solo fundaría la Biblioteca Nacional, como buen gestor cultural y consciente de la importancia que tiene la divulgación y universalización del conocimiento en todo proceso de transformación y dignificación social, sino que creó el diario La Gaceta, en el que publicaría junto a muchos otros intelectuales de entonces ideas para una nueva argentina, además de dejar testimonio del espíritu de una revolución que quiso ser acallada y de la que sabríamos poco y nada en la actualidad si alguien no hubiese visto la necesidad histórica de crear un periódico que comunicase los grandes cambios de la etapa a todos sin distinción. Luchaba Moreno también contra la prohibición en nuestra América de la literatura política producida en el resto del mundo, como el Contrato Social de Rousseau, libro nacido al calor de la Revolución francesa y que Moreno no tardará en prologar en una traducción castellana una vez sustituido el virreinato español por la Junta revolucionaria.
Creó una biblioteca, un diario, trajo obras cumbres del pensamiento universal, pero también pregonó nuevas ideas, revolucionarias hasta la médula, como la de que todos los seres humanos somos libres por naturaleza y nadie, en nombre de ningún plan divino, o como representante de Dios en la tierra, como muchas veces se presentaban virreyes y cardenales de la España Imperial, puede decidir sobre nuestra condición de ciudadanos libres o esclavos. Mariano Moreno abogaba por una idea de libertad que es la misma que hoy se enseña en las escuelas, por un fuerte trabajo intelectual de nuevas gestiones educativas que, impulsadas por el actual gobierno nacional, ponen el acento en la necesidad de formar ciudadanos libres, iguales ante la ley escrita y profundamente conscientes de los derechos más esenciales de la persona, para que nunca vuelva a vulnerarse en nuestro país la dignidad de nadie, sea por cuestiones raciales, políticas, religiosas o culturales. Moreno hablaba de la esclavitud tan difundida por esos años en la América colonial, de la necesidad de erradicarla a través de las nuevas constituciones, que eran los nuevos pactos sociales entre la ciudadanía y sus representantes, no ya puestos en el poder por obra de conquistadores foráneos.
Se puede decir que esta lucha por un sistema republicano clásico, en el que hay representantes y no una democracia participativa en la que todos tenemos incidencia directa en la toma de decisiones, no es la revolución a la que hoy aspiramos. Pero decir que Moreno no fue un revolucionario para su época me parece una verdadera mezquindad política e intelectual. Y más si tenemos en cuenta que a Moreno lo asesinaron precisamente porque sus ideas resultaban peligrosas al statu quo. El carácter transformador de su práctica revolucionaria está comprobado en la necesidad de verlo muerto que muchos intereses de la época tenían.
Moreno no vivió para ver aprobada por la Junta que supo presidir la tan mentada Declaración de la Independencia de 1816. Sin dudas hubiese sentido orgullo por ver realizada la obra por la que tanto luchó en un transcurso menor a un año, pero cuyas consecuencias se prolongarían por 200. Saavedristas y morenistas se debatían entre volver al virreinato, los primeros, o formar un gobierno propio independiente de los poderes en España, los segundos, y la concreción definitiva de las aspiraciones morenistas en 1816 es prueba de un verdadero cambio revolucionario para la época por el que era necesario dar la vida si era necesario.
Afirmar que Moreno no fue un revolucionario es casi tan injusto como acusar al gobierno de los Kirchner de que tampoco lo es. Puede que no lo sea en los términos en que cada uno se imagina una revolución que modifica de raíz una sociedad, trayendo definitivamente la igualdad y la justicia para todos, y dejando en el pasado los tiempos de la opresión. E incluso si tomamos los términos utilizados en los discursos de los propios Kirchner o el propio Moreno, no vamos a encontrar quizás referencias a la tan mencionada revolución socialista, de la que hablaría Marx unas pocas décadas después de la muerte del revolucionario de Mayo. Pero resulta innegable la vocación de justicia social que mueve a ciertos líderes en su tarea, como los Kirchner y sin dudas también Moreno, que perdería la vida muy poco tiempo después de desatada la gran batalla.
Hay que reconocerle a Feinmann su inteligencia y su vocación crítica y reflexiva a la hora de pensar problemas de la historia argentina. Su capacidad para no quedarse con visiones simplificadoras de la historia, tratando de ir siempre un poco más allá en el análisis. Pero habría que advertirle los funestos daños que un revisionismo sin claridad de objetivos políticos puede ocasionar en la vida política de un país. Consecuencias funestas para el presente y el futuro inmediato que son mucho menos perceptibles, hasta para el mismo Feinmann, por jugarse en un terreno de ideas y discursos sobre la historia, al parecer alejados de la disputa real entre cuerpos y personas físicas, pero que calan profundo en la conciencia histórica de un pueblo y en su capacidad de recuperar la esperanza por un futuro mejor.

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